Vínculos líquidos, código sólido: redefiniendo el placer sin culpa

Placer sin culpa, relaciones sin conflicto y cuerpos hechos a medida. ¿Qué tan lejos estamos de enamorarnos de una máquina?

Interés GeneralAyer
Sin título
Sin título

En una época donde los vínculos se diluyen más rápido que una story de Instagram, el deseo encuentra nuevos lenguajes. Ya no se trata solo de carne, afecto o química: hoy también se programa. Muñecas hiperrealistas, inteligencia artificial conversacional, simulaciones sensoriales… La intimidad dejó de ser exclusiva del cuerpo para volverse también una experiencia de código.

Mientras algunas miradas tradicionales se alarman (“¿cómo puede alguien preferir una réplica a una relación real?”), otras corrientes más flexibles hablan de expansión de derechos, autonomía y nuevos modos de conexión. El placer, después de todo, siempre fue más complejo que el amor romántico.

En Japón, por ejemplo, se alquilan acompañantes para simplemente conversar. Y no es por falta de opciones, sino porque muchas personas se sienten más libres al interactuar sin juicio. ¿Es esto tan diferente de quienes buscan muñecas o simuladores que ofrecen una experiencia afectiva sin exigencias? Tal vez no buscan reemplazar lo humano, sino esquivar el agotamiento de fingir conexión en tiempos de hiperconexión.

Los defensores de esta tecnología como por ejemplo mature sex doll, como el sexólogo Justin Lehmiller, destacan su costado terapéutico: “Pueden ayudar a personas con discapacidad, traumas o ansiedad social. No reemplazan el contacto humano, pero alivian presiones.” Incluso la OMS, en un informe reciente sobre salud sexual, señala que bien utilizadas, estas tecnologías podrían derribar estigmas y abrir conversaciones más honestas.

¿Pero qué buscamos realmente? ¿Autenticidad? ¿Consuelo? ¿Control? Las muñecas no opinan, no se ofenden, no interrumpen. Se moldean a medida. Son espejo y refugio. Y también símbolo de un presente donde el deseo se diseña. Aunque inquieta, esta realidad también puede ser leída como una forma —extraña, sí— de cuidar(se).

Porque si el cuerpo es territorio, cada quien tiene derecho a explorar el suyo sin vergüenza. Si la soledad es una constante, ¿por qué no resignificarla con una herramienta como silm sex doll, que, sin prometer amor, ofrece compañía? Mientras no se imponga, ni anule el consentimiento real, lo artificial puede ser tan válido como cualquier fantasía.

En el fondo, quizás lo que más incomoda no es la muñeca sino el espejo que devuelve: una sociedad que corre, consume, simula y aún así quiere sentir.

Y si el placer ya no necesita excusas, entonces la pregunta no es si esto está bien o mal, sino cómo elegimos sentir sin culpa en un mundo donde todo —hasta el deseo— está en venta.

Te puede interesar
Lo más visto