La epopeya del maragato Hernán Rivas llegó a los medios nacionales

La CiudadHace 4 horas
Julián Capici y Hernán Rivas
Julián Capici y Hernán Rivas

La historia de un escalador maragato y su compañero que buscaban romper un récord escalando dos de las montañas más altas del mundo en apenas dos semanas, el Kilimanjaro y el monte Elbrus, llegó a los medios nacionales.

Se trata de Hernán Rivas, nacido y criado en Carmen de Patagones, hoy viviendo en Buenos Aires y formando parte de un proyecto denominado MOVO, emprendimiento que se dedica a llevar a las personas a las montañas realizando expediciones.

"La epopeya de dos alpinistas argentinos que tocaron las cimas de África y Europa en dos semanas: 'No veíamos nuestros pies'", publica este domingo Infobae. "Julián Capici rompió marcas nacionales al alcanzar las cumbres del Kilimanjaro y el Elbrus, mientras que Hernán Rivas desafió serias adversidades médicas por lo que solo pudo cumplir su objetivo en Rusia. La conmovedora historia de dos alpinistas que hicieron lo que ningún otro argentino pudo", agrega el medio.

La nota:

El aire se volvía más denso a cada paso, el frío calaba hasta los huesos y el reloj jugaba en contra. En apenas dos semanas, dos montañistas argentinos decidieron desafiar no solo la altura de dos de las cumbres más emblemáticas del mundo, sino también los límites de la mente y el cuerpo humano. Julián Capici y Hernán Rivas llevaron la bandera argentina hasta el techo de África y Europa: el monte Kilimanjaro y el Elbrus. Y lo hicieron en tiempo récord.

Pero no fue solo una expedición deportiva. En medio de Tanzania, cuando parecía que todo se venía abajo, Hernán debió ser evacuado en helicóptero por un edema pulmonar que derivó en neumonía. Días después, contra todo pronóstico médico, regresó a la montaña con más ganas: esta vez, en Rusia, para alcanzar la cima del Elbrus junto a su compañero.

Julián Capici y Hernán Rivas

Lo que empezó como un desafío físico se convirtió en una travesía transformadora. La expedición “2 Seven Summits” en dos semanas no solo dejó un récord argentino grabado entre las rocas, sino también un poderoso mensaje: la fuerza se construye desde el cuerpo, la mente y el espíritu. La dupla de amigos, fundadora del proyecto MOVO, lo hizo realidad, y ahora lo cuenta con imágenes inéditas desde las alturas.

“Lloré en las dos cumbres”, confiesa Julián la emoción que lo atravesó, y la mente se le dispara a esos momentos. “En el Kilimanjaro, por la emoción de haberlo logrado; y en el Elbrus, porque no se veía nada, hacía unos -20 grados y, de pronto, se abrió el cielo justo cuando estábamos llegando y vimos a un grupo festejando la cumbre. Eso nos hizo saber que estábamos ahí y que lo habíamos conseguido”, admite. Para Hernán, la emoción fue igual de profunda, aunque teñida por la adversidad que le tocó vivir y que superó: “Creo que en ese momento, las lágrimas brotan por todo lo que venís entregando, lo que sufriste y lo que luchaste para llegar ahí. Y además porque sabés que no lo hiciste solo: hay un montón de gente que estuvo cerca y que estaba pendiente”.

Detrás de las lágrimas y el abrazo apretado de los amigos, no sólo hay dos cumbres conquistadas sino un camino compartido desde hace unos tres años. Entrenamiento por medio en un gimnasio, se conocieron y comenzaron hablar de sus pasiones y la pasión por la montaña los unía. Ese fue, sin saberlo, el inicio de una sociedad forjada a pasos firmes y alma abierta.

“Con Hernán nos conocimos siendo yo entrenador y guía; y él mi alumno. Pero derivó en una amistad cuando nos dimos cuenta de que compartíamos una misma manera de mirar la montaña y la vida”, cuenta Julián sobre el vinculo que se fue construyendo solo, a medida que compartían cada entrenamiento hasta transformarse en un proyecto de vida. La dupla no solo escala montañas, sino que también guía a otros a subir a sus propias cumbres, las reales y también las simbólicas.

Julián Capici y Hernán Rivas

El Kilimanjaro

Tanzania se convirtió en el punto de partida del proyecto Siete Cumbres. Allí, el majestuoso Kilimanjaro, con sus 5.895 metros de altitud, se alzaba desafiante ante ellos, imponente y lleno de misterio. La altura africana no solo ponía a prueba su físico, sino también su espíritu. La adrenalina y el entusiasmo colmaban sus corazones mientras iniciaban la travesía, conscientes de que habían invertido meses de entrenamiento y forjado una amistad sólida, capaz de resistir incluso las alturas más extremas. Sin embargo, aquella montaña guardaba para ellos una lección más profunda, una prueba que trascendería lo físico y marcaría para siempre su historia.

Los días iniciales de la expedición transcurrían según lo previsto: tanto Julián como Hernán recorrían las rutas de aclimatación en la montaña, sintiendo la progresiva exigencia del entorno, pero confiando en el entrenamiento y la preparación previos. Sin embargo, a medida que la altura se hacía notar y la rutina de esfuerzo se intensificaba, Hernán comenzó a percibir señales preocupantes de su cuerpo.

La noche antes de encarar la cumbre, en el silencio de la carpa y a 4.700 metros sobre el nivel del mar, una sensación desconocida recorrió el cuerpo de Hernán. “La noche antes del ataque a cumbre, en la carpa y preparado para dormir, comencé a sentir un burbujeo cuando inspiraba. Supe que ese era el indicio de un edema pulmonar“, cuenta sobre el malestar que lo llevó a tomar la decisión más importante de ese momento. El diagnóstico médico determinó que padecía un edema pulmonar convertido en neumonía. No quedaba margen para intentar el ascenso; la salud estaba en juego y la evacuación se convirtió en la única ruta posible. ”Decidimos con los médicos que era el momento de abandonar el curso hacia la cumbre. Fue dolorosísimo, pero era lo que había que hacer”, revive Hernán la crudeza del instante en que el cuerpo impuso límites más allá de la voluntad de su espíritu.

Aunque priorizó su salud, no pudo evitar sentir la frustración de tener que regresar a tierra firme. “Tuve una evacuación en helicóptero, y eso pesa, porque hay mucha gente detrás del proyecto. Pero sé que si no estás mentalmente claro, podés tomar decisiones equivocadas, y en la montaña esas decisiones pueden costarte la vida”, explica Hernán, reflexionando sobre la tensión y la responsabilidad de elegir bien incluso en las circunstancias más extremas.

Mientras él luchaba por su salud, Julián continuaba su camino hacia la cumbre con el corazón dividido. “Cuando Hernán tuvo que bajar en helicóptero, sentí una mezcla de angustia y esperanza: estaba feliz por él, porque había tomado la decisión correcta, pero vacío, porque sabía que estábamos incompletos. Lograr la cumbre sin él no fue lo mismo, pero sentí su presencia en cada paso que di”, confiesa Julián que, tras un esfuerzo colosal, hizo cumbre en el Kilimanjaro el 16 de agosto a las 6.00 de la mañana, un momento cargado de emoción y sacrificio.

Tras recibir el alta médica en Tanzania, Hernán fue trasladado a un hotel, donde aguardó con impaciencia noticias sobre Julián, aún descendiendo a pie los últimos tramos del Kilimanjaro. Cuando supo que su compañero iba a llegar a la entrada del parque nacional, no dudó. Se subió al camión que transportaba los insumos logísticos y se fue a esperarlo.

“Cuando me avisaron que él iba a estar bajando a pie por un camino que desemboca en la entrada a un parque nacional y dije ’¡Quiero estar ahí!’ y fui a esperarlo", cuenta Hernán. Agotado y preocupado por su amigo, Julián llegó a la base y se encontró con la sorpresa: “¡Fue hermoso verlo ahí! Verlo bien después de la evacuación fue un alivio enorme. Saber que estaba vivo y fuera de peligro cambió todo. La montaña nos había probado, sí, pero también nos había enseñado lo que significa el verdadero compañerismo y el valor de la vida”, dice con una mezcla de emoción y gratitud.

Así, entre el drama, la lucha y la esperanza, la experiencia en Tanzania quedó grabada en ellos como un capítulo intenso, lleno de aprendizajes que marcarían para siempre la esencia de su aventura.

Julián Capici y Hernán Rivas

El Elbrus

Sin demasiado tiempo para festejos, Hernán tenía apenas cinco días para recuperarse de su neumonía antes de encarar el segundo desafío, y Julián, para reponerse del cansancio físico que le dejó el Kilimanjaro. El Monte Elbrus, en Rusia, los esperaba. Con sus 5.642 metros, esta cumbre imponía condiciones mucho más extremas y un escenario completamente distinto al que habían vivido en África.

“No había mucho tiempo para festejar. Fue un festejo mínimo y pusimos la cabeza en el próximo desafío. Esto es muy tirano porque no permite disfrutar mucho, sobre todo cuando se encara un proyecto de esta magnitud”, explica Hernán, consciente de la dureza que implicaba mantener el foco. Ambos sabían que Rusia sería un reto duro, pero nadie imaginó cuán diferente y hostil sería la experiencia cultural y climática.

Julián Capici conquistó ambas cumbres, Kilimanjaro y Elbrus, estableciendo un nuevo récord argentino
“Me costó la adaptación y notar las dos culturas tan diferentes... Siento que me quedé, de alguna forma, enamorado de la calidez de la gente que conocimos en África: de los guías, de los porters, de los cocineros, de la gente que trabajó con nosotros... En Rusia me costó mucho volver a adaptarme y encontrar esa flexibilidad para decir: ‘Bueno, acá pasan cosas distintas’, porque literalmente, se manejan de otra manera. Así que los primeros días ahí tuve como una pelea interna entre la adaptación y el ‘¿qué hago acá?’”, reconoce Julián el impacto emocional del contraste.

A pesar de ese desconcierto inicial, la brújula seguía apuntando hacia la cumbre. Esta vez, juntos. Con una mezcla de ansiedad, alivio y algo de incertidumbre física, comenzaron los días de aclimatación. “Sentí algún miedo de que mi disposición física no esté todavía plena… Entonces, cuando empezamos a caminar y pusimos un pie en Rusia e hicimos las primeras caminatas de aclimatación, descubrimos que estábamos muy bien los dos. ¡Nos sorprendió!”, cuenta Hernán, valorando la recuperación y la fortaleza compartida.

La expedición fue positiva, pero la jornada de cumbre resultó brutal para ambos: el frío era extremo y la visibilidad, nula. El terreno estaba cubierto de hielo y con una inclinación pronunciada, lo que los obligó a trepar con crampones y sogas, mientras la nieve, en algunos tramos, les llegaba hasta las rodillas. A un costado, el abismo acompañaba en silencio cada paso. Fue una prueba de resistencia total: cada avance era tanto un desafío físico como un ejercicio de fortaleza mental.

“Realmente tuvimos visibilidad cero. Tanto es así que por momentos, literalmente, no nos veíamos nuestros propios pies. En los tramos que caminábamos al lado del vacío, agarrados con una cuerda de seguridad, estábamos con un pie tocando la montaña y del otro lado deseando no errarle a la pisada e irnos para abajo”, describe Julián, dejando ver la tensión constante que los envolvía.

Y sin embargo, llegaron. El 27 de agosto, a las 6 de la mañana, entre nubes densas y viento cortante, un claro en el cielo les regaló una imagen inolvidable. “Faltando aproximadamente 15 minutos tuvimos un claro en el cielo que nos dejó ver gente que estaba adelante nuestro. Se veía chiquitita, festejando en la cumbre. Y dijimos: ‘No puede ser, estamos al lado’. ¡Ahí volví a llorar!”, confiesa Julián, con la emoción intacta.

“Era muy gracioso porque ninguno de los dos quería visibilizar mucho el optimismo que estábamos viviendo, como una especie de anulo mufa, pero los dos nos sentíamos muy bien, muy fuertes, y la verdad que pudimos hacerlo juntos, llegar a la cumbre casi de la mano, porque el clima fue totalmente hostil”, describe Hernán el cierre de la epopeya compartida, en uno de los entornos más duros del planeta.

Llegados hace dos semanas a Buenos Aires, volvieron a entrenar para llevar a fines de octubre a un grupo de nuevos montañistas a la cima del majestuoso argentino, el Volcán Lanín. En un año y medio más, otras nuevas cumbres los desafiarán, pero ellos saben que tienen la mente y el cuerpo listos para cada reto.

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