El poder no reside en la mera fuerza ni en el simple deseo de dominar; es un arte que se basa en comprender a los demás, anticipar sus movimientos y saber cuándo actuar. Un líder sabio no confía únicamente en su bondad ni en su buena reputación. En un entorno cambiante y, a menudo, incierto, la flexibilidad se convierte en el primer escudo, y la astucia en el filo de la espada. Saber actuar según el momento requiere un temple especial, una capacidad para ver la realidad sin adornos ni ilusiones.
El verdadero triunfo no es para quien se lanza a cada conflicto, sino para quien sabe cuándo es mejor no entrar en combate. La estrategia, en esencia, no es fuerza bruta; es una danza con el terreno y el tiempo, saber qué hilos mover y cuándo dejar que el viento sople a favor. Convertir el conflicto en una herramienta, no en un fin, permite que la victoria sea silenciosa y que el éxito sea de quien ha dominado el arte de esperar.
Por otro lado, el poder es también sensibilidad hacia quienes acompañan en el camino. Un líder fuerte escucha, se convierte en parte de los corazones de quienes lo siguen. Liderar no se limita a dar órdenes; implica tejer alianzas, comprender y respetar los ritmos de la gente. Guiar es saber cuándo hablar y cuándo simplemente estar presente, siendo reflejo y guía a la vez.
De esta forma, el poder se transforma en un acto de equilibrio: saber cuándo avanzar y cuándo retroceder, cuándo usar la fuerza y cuándo la palabra, cuándo liderar y cuándo dejar que otros tomen el frente. Es el arte de reconocer que el verdadero líder no es quien se impone, sino quien sabe adaptarse tanto a las sombras como a la luz, siendo firme cuando es necesario y flexible cuando la situación lo permite.
En la unión de estas ideas, encontramos la esencia de la estrategia: firmeza combinada con atención, fuerza con sensibilidad, presencia discreta y constante. Porque el verdadero poder no es el que se exhibe, sino aquel que, sin ruido, permanece.
(*) Concejal de Juntos